Los zapatos nunca habían sido tu gran pasión. Ni tenías muchos, ni te
importaban demasiado. Pero las cosas han cambiado y ahora eres casi una
experta. Te los sabes todos. Azules, oscuros, negros, rojos, grises, grandes,
anchos, altos, bambas y hasta tacones. Sabes qué tipo de persona los lleva sin
verle el rostro. Sí, eres toda una experta. Y no lo escogiste. Te tocó. A ti,
como me podría haber tocado a mi. Experta en zapatos.
Son tantos los montones que pasan por la calle… La mayoría corren. Tanto
que tu acurado análisis queda incompleto. No te da tiempo ni de imaginarte el
rostro de quién los lleva puestos. Y ellos siempre tienen prisa. Por llegar,
por hacer, por cumplir, por huir. Siempre sin pausa.
A veces piensas que quizás les incomodas. Siempre observando. Como si
alguien hubiera parado el tiempo. Días, horas, minutos. Siempre la misma
rutina. Azules, oscuros, negros, rojos, grises, grandes, anchos, altos, bambas
y hasta tacones. Siempre deprisa.
Supongo que no ves otra salida. Ni lo querías, ni lo escogiste. Deseabas
mil cosas antes que esto. Y ni te imaginabas que desearías intensamente que
alguien tirara alguna moneda. O que te trajera algo de comida. O una sonrisa. Y
sin embargo, en ese momento se desborda tu ilusión, tus ganas de vivir, tu
esperanza. Intuyo que cuando unos zapatos se sientan a tu lado, junto a los
tuyos, sientes la empatía de cerca, la ayuda, que no estás sola. Empiezas a
creer en aquello que nos hace humanos y, entonces, es cuando empieza eso que
llaman vida.
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