Cada cosa tiene su tiempo, sus minutos,
sus horas y tu paciencia. Imagino tu deseo de contar otra vez hasta cinco.
Cinco segundos son los que tarda un semáforo en ponerse verde. Siempre y cuando
no vaya tarde, o que ningún coche lo olvide, o que no esté en el sitio de
siempre porque hoy están haciendo obras. Tu deseo de que la ciudad se mantenga
igual, porque así es como has aprendido a vivir. Teniéndolo todo controlado,
calculado. Tus pasos, los segundos, los ruidos, el silencio.
Imagino que para ti, el caos es tu mayor
miedo. A veces pienso cómo te debes sentir al coger el autobús en un día
lluvioso. Lleno de gente con prisa por llegar donde quiera que van. Lleno de
ruido molesto que te imposibilita escuchar con claridad el aviso de tu parada.
Y aquí empieza el caos. El no saber en qué calle te encuentras o cuán lejos de
casa estás y perder la cuenta del tiempo que falta por llegar. El miedo te
colapsa y la ciudad en caos se apodera de tu integridad.
Es fácil intuir en ti un deseo de correr y
escapar. Querer mover las piernas muy deprisa para ir lejos, donde ni la
oscuridad logre atraparte. Ir más allá de un punto de luz, de un fondo negro, o
quizás de un paisaje borroso. Salir de la cárcel que supone un mundo intuido a
través de las manos. Huir de la opresión que supone querer y no poder.
Pero correr deja de tener sentido cuando
no puedes ver adónde vas. Si intentaras escapar, el pánico te arrebataría antes
de llegar a los 50 metros. Y te sentirías aún más perdido. Entonces es cuando
el hecho de perder el bus carece de importancia. Gracias a la costumbre,
aprendes a vivir sin prisa. Sin agendas imposibles, sin días sin horas,
sin obligaciones.
Intuyo que al principio fue muy difícil.
Tuviste que ponerte a prueba y ser muy fuerte. No te quedaba otra, más que
equivocarte. Y rectificar. Repetir y así aprender. A la larga, has acabado
confiando en la perpetuidad del orden. En tu tranquilidad forzada por el tiempo
y por las condiciones. Es increíble tu capacidad para hacerlo todo sin verlo.
Para luchar cada día. Sacando una fuerza incansable para tirar adelante.
Haciendo de la paciencia una gran compañía y del miedo una lucha permanente.
Con el tiempo también has aprendido a
conocer tus minutos, tus limitaciones. Y a convivir con ellas. Sobrevivir con
coraje y dignidad. Día a día y minuto a minuto. Siempre a oscuras pero con
esperanza. Con el ciego deseo del orden. De mantener tu mundo constante. De
tenerlo todo controlado para romper el impenetrable muro del miedo y sentir la
alegría. Que nada cambie.
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